¿Y tu como aprendiste? II.

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Recordando mis inicios, hay otra cosa de mi primer día que definitivamente me decidió a continuar.

Al ser presentado al maestro Liu como nuevo alumno y mientras el resto de compañeros iban llegando, el maestro que estaba comentando algo que no entendí por cuestiones de idioma, me pidió que le lanzará un puñetazo. Cuando me tradujeron, un poco cohibido (Liu contaba por esos días 75 años), le lancé un puño a la cara con poca intensidad, que él atrapó y mantuvo agarrado sin el menor problema. Con un «another one» me increpó para que le diera otro, así que lancé otro golpe con mi brazo libre, esta vez más rápido y fuerte. Nuevamente, lo atrapó con su otro brazo y tirando de ellos me acercó a su cuerpo. Y entonces, sin realizar el menor movimiento de cadera o pies, «sacó tripa» golpeándome con la misma y lanzándome a más de dos metros de distancia. En esta técnica, para el «golpe» no intervinieron ni sus brazos, ni sus piernas, ni cadera…, Simplemente «metió tripa» y luego la «sacó» bruscamente.

Esto tuvo varios efectos. El primero, aparte de ser lanzado por los aires, todo sea dicho, sin sufrir el menor daño, fue el evidente estupor que surgió en mi cara, mientras decía algo así como: «pe, pero…, ¡no es posible!, ¡pero si me ha golpeado sólo con el vientre!…«.

El segundo fueron las carcajadas de todos los presentes, tanto por la increíble técnica que habían presenciado, como por mi cara y comentarios.

El tercer efecto fue «convencerme» de que allí había cosas que merecía la pena aprender. Al respecto de la técnica que había experimentado, Liu me contó algún tiempo más tarde que se tratada del «Hama Kung» o «Kung fu del Sapo», entrenamiento que permitía recibir golpes en el vientre «devolviendo» la fuerza del mismo al atacante, de forma que éste salía rebotado hacia atrás o si se hacía con peores intenciones, dislocando o incluso rompiendo la muñeca del agresor.

También nos contó que este «truco» lo usaba últimamente con mucha frecuencia. Se colocaba a uno de su nietos sobre el viente, mientras él estaba tumbado en una cama y los lanzaba por los aíres elevándolos más de medio metro, para entretener al crío que disfrutaba de lo lindo.

Al preguntarle como lo aprendió, nos contó otra de aquellas historias que tanto nos gustaba escuchar. Al parecer, conoció a un experto que le presentó el método. Liu no estaba seguro de que realmente se pudiera desarrollar una habilidad útil, así que el maestro le presentó  una alumna y le conminó a golpearla en el estómago. Liu, reacio a pegar a una mujer y preocupado, pues tenía una fuerza más que notable, se negó y el maestro le indicó que si era capaz de tumbar a la chica, «podía casarse con ella» (tengo la impresión de que era una forma «educada» de decir que se podía acostar con ella con el beneplácito del maestro y de hecho, es una frase que utilizó en alguna otra ocasión e historia).

Finalmente, Liu golpeó a la muchacha, que no solo no resultó afectada por el mismo, sino que le mandó volando por los aires. Nunca contó más sobre el tema, pero doy fé que aprendió el método…

Según pasaba el tiempo durante mi aprendizaje, poco a poco fui descubriendo que en el seno del grupo, había ciertas cosas que no eran para nada «públicas». Una de ellas era que los alumnos más serios quedaban para entrenar entre semana (las clases con el Maestro Liu eran los Domingos por la mañana y los Miércoles al medio día). Este entrenamiento era algo absolutamente privado y al que sólo se podía acceder por invitación expresa de alguno de sus miembros y por supuesto, previo consenso de resto.

Yo intuía, más allá de los rumores que escuchaba,  que esto ocurría tal y como se contaba, pues al vivir cerca del lugar donde entrenaban (Parque de El Retiro), en alguna ocasión les vi practicar en horas y días diferentes a los de las clases , siendo en todas esas ocasiones recibido mi saludo y presencia de forma bastante «seca» y poco amistosa.

La cuestión es que pasados unos meses desde mi inicio (calculo que entre cuatro y cinco), me invitaron a entrenar con ellos cada Lunes y Viernes por las tardes. El entrenamiento era bastante largo, pues empezábamos según temporadas, entre las tres  y las cinco de la tarde prolongándose hasta las ocho y media. Así que cada día de entrenamiento suponía de tres a cinco horas, sin prisas pero con pocas pausas.

Mi primer día de entrenamiento «a puerta cerrada» yo estaba emocionado, pues preveía que por fin empezaría a entrenar Tuishou (empuje de manos) y Sanshou (forma por parejas), además del trabajo habitual, que ya conocía y realizaba de Ejercicios, Chikung y lo poco que sabía hasta ese momento de la forma. Por supuesto, la realidad fue otra, nuevamente inspirada en el cine marcial.

El entrenamiento comenzó con una serie de Chikung similar a la que realizábamos en las clases de Liu, luego Tai Chi Sao (ejercicios de acondicionamiento específicos para el TCC de nuestra escuela, con énfasis en la postura fija), repetición de las técnicas por parejas de la anterior clase (creando variantes que surgían de la propia práctica) y repetición de la forma larga tres veces. Luego llegaba el trabajo de Tuishou y Sanshou.

Me sumé «a todo», de hecho en el entrenamiento de técnicas recibí un «kao» (golpe de hombro) que estuvo a un tris de lanzarme a un estanque cercano y una proyección que literalmente, me lanzó por los aires de un modo que yo pensaba que sencillamente no podía existir. Ésto generó las protestas del que llegaría a ser «mi hermano mayor» de por vida, que consideraba que había algo más que un cierto abuso en los golpes y trato que recibí ese día y que algunos me estaban usando para poner a prueba si realmente las técnicas les funcionaban. Por mi parte, aunque físicamente «tocado», lo que me marcó fue ver en mis compañeros esa capacidad y «poder».

Así, estaba  dispuesto a todo por aprender, pero para mi pesar al llegar el momento de practicar Tuishou y Sanshou, eramos impares y además yo no conocía la serie ni los patrones de tuishou…, así que me dice uno de mis compañeros: «…mientras nosotros entrenamos Sanshou, tú practica el «C» de «cepillar rodilla«…». Éste es un trabajo de base repitiendo un movimiento de la forma, en postura fija con los pies juntos (A), , luego lo mismo, pero en postura del jinete (B) y por último en movimiento con pasos (C).

Yo, ingenuo, pregunté que cuantas repeticiones. El compañero me dijo que lo hiciera «100 veces». Lo cierto es que en clase con Liu, nunca repetíamos más allá de 36 veces este ejercicio, entre otras cosas por lo duro que era  y porque lleva un buen rato realizar esas «100 repeticiones». Cuando el compañero me dijo ese número, yo pensé : «…lo mismo podrías haberme dicho que lo haga 1000 veces…». Pero en fin, me puse a ello y conté. Para mi sorpresa pasaba el tiempo y llegué a los 100. Pensando que ya era más que suficiente, me volví a acercar y comenté que ya había hecho mis 100 repeticiones…

La respuesta está calcada de una escena de la película  «Karate Kid». Mi «hermano mayor» me increpa: «¿…ya has hecho 100 repeticiones?, pero… ¿100 con cada mano?«.

Una vez más hice acopio de determinación y sólo añadí: «no, con cada mano aun no«. Así que me toco seguir solo con ese duro trabajo, que no conseguí terminar, simplemente porque se nos hizo tarde y nos marchamos todos a casa.

A pesar de la frustración «parcial» de ese día por su final, hubo dos puntos altamente gratificantes, el primero ser «objeto protagonista» de la aplicación de ciertas técnicas con potencia y efectos que yo pensaba que no existían más que en el cine y en segundo, que uno de mis «hermanos mayores» me propuso quedar los días que no entrenaba con el resto, los martes y jueves, para practicar los dos solos. Gracias a eso, aprendí la forma en «sólo» tres meses más, así como Sanshou. Además, los dos nos hicimos adictos a la práctica del tuishou, que no era el «plato fuerte» del entrenamiento por aquel entonces.

Sobre la forma, ya «contagiado» por el espíritu de las pasadas experiencias, tomé la decisión de no aprender la segunda y tercera parte de la forma larga (108 secuencias), hasta no haber repetido 1000 veces la primera parte. Así que cada día, mientra el resto practicaba sus tres formas seguidas, yo repetía 10 veces la primera parte. En poco más de tres meses, había conseguido mi propósito de las 1000 repeticiones y el pocos días más, completé el aprendizaje completo de la forma, que compaginaba con el aprendizaje del «Sanshou corto» que mis compañeros ya conocían y me estaban enseñando y con la del «Sanshou largo» que en ese momento Liu enseñaba a todos los alumnos. Desde luego, en ese tiempo, me despertaba pensando en el TCC y me acostaba con el TCC como último pensamiento.

Este régimen de entrenamiento empezó a dar sus frutos. En primer lugar, decidí entrenar cada día, de tal forma que me terminé levantando cada día una hora o algo más antes de lo necesario, para poder entrenar por las mañanas.

Gracias a ello, consolidé poco a poco ciertos logros, que por supuesto, nunca eran los que me habían interesado inicialmente y que se resistían a mis esfuerzos por dominarlos.

Noté que me ponía «mas fuerte» y con mucha vitalidad. Me sentía pletórico de fuerza y energía, tanto que la sensación de euforia era tal que me sentía con deseos de doblar vigas con los brazos y espalda o hacer otras cosas imposibles. También tenía la inexplicable sensación de que mis tendones se habían fortalecido en extremo.

Antes de empezar a entrenar, yo tenía dos «debilidades». La primera era mi tobillo derecho, muy débil a causa de un esguince mal curado (por eso de no hacer caso sobre los reposos en la recuperación de lesiones)  y la segunda, el frío crónico de pies y manos en invierno.

Mi tobillo, que se torcía al menor traspiés, algo que era habitual que sucediera al menos una vez a la semana, dejó de molestarme «para siempre», pienso que gracias a un duro ejercicio de postura fija, realizado en pie con los talones levantados (ligeramente de puntillas) que practicábamos a diario.

Respecto al frío, inicié mi aprendizaje a primeros del mes de Febrero, por lo que debido al frío reinante tenía los pies y manos siempre helados a pesar de los dos pares de calcetines que portaba y a los guantes que llevaba siempre puestos. Según avanzaba el tiempo, el clima mejoró con la primavera, con lo que de forma lógica el frío fue decayendo y con él, mis manos y pies helados retomaron el calor.

Al año siguiente, en invierno, un día en casa, me «enfadé» por el poco espacio para ropa que tenía en mi cajón y al hacer limpieza, saqué un montón de calcetines gruesos, pensando «¿pero para que demonios está esto aquí guardado y ocupando sitio?«. Sólo entonces me di cuenta que antes yo no podía salir de casa si no era con dos pares de calcetines gruesos, pero que ese invierno, no los había usado ni una sola vez. Y me di cuenta que mis manos, incuso en lo peor del invierno, estaban siempre calientes, todo lo más, con llevarlas metidas en los bolsillos del abrigo. Efectos que perduran incluso ahora, más de veinte años después, siendo la «calefacción de manos frías» para mi mujer y mi hija.

Como ya he comentado, acercarse al maestro Liu era complicado. En primer lugar estaba el hándicap del idioma. Liu no hablaba más que chino y un infame «chinglés» o «chininglish» con algunas palabras sueltas intercaladas en español (o eso pensaría él) bastante incompresible y además los compañeros que lo entendían, no eran muy dados a traducir más allá de lo que consideraban (de un modo bastante discutible) como «imprescindible». Así que lo primero fue ponerme al día con mis estudios de inglés y adaptarlos al dialecto de Liu.

Luego estaban los compañeros «avanzados» que no permitían o al menos no facilitaban en absoluto el acercamiento.

Y para finalizar, estaban mis circunstancias personales. Por alguna razón, tal vez por mi afición incondicional y entusiasta por las aplicaciones marciales o por detalles de mi carácter, Liu estaba preocupado por que me metiera en peleas. Así que TODOS LOS DÍAS la vernos, lo primero que hacía era preguntarme «¿no te habrás peleado?«. Yo siempre le contestaba que no y el replicaba que «mejor así». Del mismo modo, CADA DÍA al despedirnos, terminaba con a frase «que no me entere yo que te peleas«. Esta situación se prolongó durante todo un año, con una expulsión (que yo sepa, la única en la historia de nuestro grupo) hacia mi como alumno por parte de Liu, motivada por un malentendido con origen en el idioma, referente al uso «real» de la técnicas. Aunque esa historia la contaré en otra ocasión.

Gracias a mi deseo incondicional de aprender y al tiempo que le dedicaba, en un año, ya estaba consolidado como uno de los alumnos cercanos al maestro Liu y descubrí igualmente, que había cosas que el resto del grupo ignoraba. Por ejemplo, los Miércoles, tras el entrenamiento, el grupo al completo, terminábamos en una hamburguesería cercana donde compartíamos un buen rato con Liu. Durante ese tiempo, podía darnos información teórica sobre lo enseñado ese día, o contarnos historias sobre el TCC, o simplemente charlar «de cualquier cosa». Pero después, un pequeño grupo le acompañaba hasta su casa…, o eso pensaba yo. La realidad es que al llegar a la altura de su domicilio, ese segundo y ya mucho más reducido grupo, formado sólo por alumnos muy cercanos, recibía una «segunda clase teórica» en un bar cercano, esta vez mucho más explícita y concisa y que podía prolongarse por más de dos horas.

También descubrí que los días de lluvia que en teoría no había clase (entrenábamos al aire libre), en realidad los alumnos que ya he mencionado, le visitaban y recibían más conocimientos en un círculo restringido donde la información fluía de forma continua.

He de decir que no era Liu quien determinaba que personas podían o no asistir a esas «teóricas». Lo que si sucedía es que la presencia de alguien no «deseada», se traducía en charla insulsa por parte de Liu, para desesperación de sus alumnos, siempre «hambrientos» de más conocimientos.

Algo que me sorprendía es que Liu decía en privado que muchas de las cosas que enseñaba, eran sólo para un grupo muy reducido de alumnos y que en China se enseñaba con grandes restricciones. De hecho nos comentaba que en el futuro, estas cosas no las debíamos enseñar nunca abiertamente, sino de un modo muy selectivo.

Yo extrañado, porque él enseñaba «todo» delante de todo el mundo, le hice comentarios al respecto. Sonriendo me dijo algo así como «no tiene importancia, sólo los que deban aprenderán«.

La razón de este comentario la entendí años después. Liu enseñaba, muy al contrario de lo que suele suceder con maestros chinos, a un ritmo desenfrenado. De hecho lo hacía al ritmo del más avispado y capaz. El resto, simplemente tenía que «ponerse las pilas» para estar al día. La única razón para parar de enseñar cada día era que todos se lo pidiéramos por «saturación absoluta».  También es cierto que ese «chorro» de información, estaba restringido a los conocimientos y nivel que él quería transmitir en cada momento y que raramente se le escapaba información relevante sobre temas para los que no nos consideraba preparados. Aunque él tenía muy claro su plan de estudios, nosotros lo ignorábamos por completo y tan solo años después, analizando en perspectiva lo aprendido y como lo enseñó, entendí lo complejo de su metodología y sus «líneas maestras».

Así las cosas, la mayoría aprendía y olvidaba en el día y tan sólo los que se dedicaban a entrenar de forma seria podían mantener el ritmo. Lo que sumado a que siempre omitía detalles teóricos sobre cada ejercicio que enseñaba y que sólo revelaba ante las preguntas «correctas» de los estudiantes o en las «teóricas secretas», determinaba que de forma práctica, lo que enseñaba fuera a la postre «solo para unos cuantos».

Otra anécdota que me reveló como eran las cosas, fue cuando en una ocasión, ya incluido en el grupo de alumnos serios, Liu me tomó para demostrar una técnica, en principio muy simple. Así, delante de todos, mientras agarraba mi brazo para efectuar una técnica de control muy básica, me presionó en un punto de presión del codo, mientras mirándome a los ojos me preguntaba «¿lo has entendido?«. ¡Me acababa de enseñar una «técnica secreta» ante todo el mundo!. De hecho y ante la simplicidad de la técnica «pantalla» utilizada, uno de esos alumnos que no destacaban por su compromiso ni seriedad hizo un comentario sobre «este hombre ya un tanto senil, que no se da cuenta que Antonio, eso ya lo domina«…

Claro que mayor fue mi sorpresa cuando mis «hermanos mayores» se me cercaron discretamente y me preguntaron «que que me había dicho/enseñado«. A lo que les comenté, aparte de que eran unos malnacidos, por no haberme hecho antes partícipe de esa clase de enseñanzas, que por lo visto (y a partir de ese día pude corroborarlo) eran habituales, que me había mostrado un punto de presión. También entendí, que puesto que cada vez elegía a uno distinto de entre sus alumnos para explicar ciertas cosas, el único modo de progresar era compartiendo todo lo que aprendía con mis compañeros y confiar en que ellos hicieran lo mismo, pues era la única manera posible de acceder a «todo» lo que Liu enseñaba,

Ese era el modo de enseñar de Liu. Todo a la vista, pero dentro de cada lección, se escondía una enseñanza paralela que aportaba una profundidad insospechada a cada elemento mostrado. Y este es el modo y circunstancias en que yo aprendí.

Con esta entada, doy por terminada la explicación sobre como enseñaba el maestro Liu, aunque seguiré con el «cómo y qué aprendí yo«. Quedan muchas historias y anécdotas por contar y según vaya escribiendo iré contando algunas. Otras quedarán donde deben, en el recuerdo que tengo de mi maestro durante el tiempo que pasamos juntos y en todo caso, en la intimidad que da estar sentado a una mesa con camaradas, hermanos de escuela y mis propios alumnos.

3 Respuestas

  1. bushidojo

    Gracias por compartirlo Antonio! Sólo quien ha vivido cosas en algo parecidas es capaz de valorarlo debidamente. A ver si algún dia te dejas caer por Barcelona y podemos disfrutar de tus conocimientos! Un fuerte abrazo!

  2. Ismael

    Qué interesante la técnica del sapo Antonio… Ya te preguntaré por ella aunque me veo entrenando sentado y sacando barriga una larga temporada :D. Gracias por compartir estas historias, tus conocimientos y tus clases. Nos vemos mañana.

    Un abrazo

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