Tuishou, buscando el centro.

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Dos esforzados practicantes de TCC, empujándose con esfuerzo para lograr mover al rival, sin ser movido por él.

¿Es esto tuishou? (empuje de manos). Bien, desde luego es una práctica habitual y se le llama así, pero habría que preguntarse si es la mejor manera de practicar y cual es su valor en el aprendizaje de habilidades superiores.

El tuishou es una forma de entrenamiento que nos enseña a controlar al oponente, a manejar su centro, su equilibrio, a la vez que mantenemos el nuestro fuera de su alcance. Y también la habilidad de colocar nuestras técnicas adaptándonos al rival, de forma que se apliquen sin fuerza innecesaria. Lo que se denomina «colocar limpiamente una técnica».

Esta práctica nos enseña a discernir que cantidad, en que dirección y con que intención, usa el rival su fuerza y como por un lado evitar ser víctimas de la misma y por otro, usarla en su contra.

Tradicionalmente en el tuishou se distinguen varias facetas o elementos que han de estar presentes en una práctica correcta.

Para empezar, hemos de conectarnos con el rival, lo que implica «tocar». Es lo que se denomina «adherirse».

Mediante la adherencia, podemos percibir si el rival se mueve, si se tensa, así como otros elementos, menos evidentes a la vista, que resultan de gran utilidad, como es el conocer donde se encuentra en cada momento su centro de gravedad y su estado de equilibrio.

A la habilidad de percibir los cambios en el rival, ya sean de posición, uso de fuerza, o cualquier otro, se le denomina «escuchar la energía» (Ding Jing).

Para que nuestra escucha resulte útil, necesitamos saber interpretar las sensaciones táctiles que recibimos a través de manos, antebrazos y en general con todo el cuerpo. Ese «entendimiento» es lo que se denomina «interpretar la energía» (Dong Jing). Del mismo modo que todos podemos escuchar una conversación que sucede a nuestro lado, «entenderla» dependerá entre otras cosas, de que se lleve a cabo en un idioma que comprendamos.

En nuestro caso, el aprendizaje de este «idioma táctil», se realiza por medio de patrones fijos de tuishou (empuje de manos), de forma que aprendemos a diferenciar si una determinada fuerza nos llega con dirección ascendente, descendente, oblicua, recta, envolvente, etc. El mismo patrón nos enseña una forma idealizada de gestionar dicha clase de fuerza. Paulatinamente, se van añadiendo más y más grados de libertad en la práctica hasta que nuestra capacidad de entendimiento táctil puede tomar el timón a la hora de interpretar el movimiento y fuerzas del rival, sin ceñirnos a patrón alguno.

Una vez que sentimos la fuerza que el rival moviliza en nuestra contra y la sabemos interpretar, pasamos a la siguiente fase, la «neutralización» (Hua jing), que yo prefiero denominar como «reciclaje».

Se trata de sin chocar con la fuerza del rival, redirigirla de forma que se neutralice y nos coloque a nosotros en posición ventajosa y al rival en posición «incómoda». Para evitar el «chocar» con la fuerza del rival, hay que tratar de actuar sin «fuerza», aunque esto hay que matizarlo.

Imaginemos un coche conducido por dos personas. Uno lleva el volante y el freno y otro el acelerador. Cuando el rival «ataca» el lleva el acelerador y nosotros el volante. Es evidente que del mismo modo que al bajar por una cuesta pronunciada, o al entrar en una curva, hacemos uso del freno, en nuestro caso, dirigiremos al rival, reconduciendo su fuerza, permitiendo que la misma nos mueva a ambos, pero de tal modo que no nos resulte «molesta». Para lograrlo, permitimos que su movimiento se exprese libremente en las direcciones que nos interesan, cediendo a su empuje y «sujetando» la misma en las direcciones que no nos son favorables. Lo que no hacemos nunca es chocar y empujar en contra suya, lo cual contradice con frecuencia el tipo de práctica descrita en el inicio del artículo…

Esto implica un particular uso de la fuerza (Peng Jing) para poder gestionar la fuerza del rival, pero nunca la oposición frontal. De hecho la oposición debería ser nula, pues nuestra capacidad para ceder en cualquier dirección, debe presidir esta fase de neutralización. De este modo, «sin fuerza» por nuestra parte, conseguimos que el rival y su fuerza nos coloquen en la posición de ventaja. Evidentemente, todo esto requiere mucha habilidad y métodos correctos.

Una vez alcanzada la ventaja, toca hacer uso de la misma. En este punto «emitimos» (Fa Jing). Esto si implica hacer uso de la fuerza, pero puesto que el rival se ha de encontrar en este momento «inerme» y nosotros en posición de ventaja, la fuerza necesaria para aplicar una técnica de un modo eficaz es realmente poca.

Por otro lado, en el ámbito del Tuishou, esta «emisión» se limita a indicar al rival-compañero que le hemos alcanzado en desventaja, comprometiendo su equilibrio mediante un empujón o tirón de leve intensidad, que no obstante, le sacan por completo de equilibrio, indicándole sin lugar a dudas que «nos ha dado un hueco» para atacarle.

En todas las fases descritas, hay que hacer uso de un concepto que habitualmente designamos como «Centro». Se refiere al eje de equilibrio del cuerpo en cada instante y dentro del mismo, al punto que resultaría más eficiente al serle aplicado una fuerza para hacer caer dicho eje.

Del mismo modo que una puerta tiene un eje vertical alrededor del cual gira, el cuerpo humano posee el suyo, con la particularidad de que al ser bípedos y poder modificar nuestra forma mediante el movimiento, dicho eje se mueve entre ambas piernas, situándose en un lugar variable e indeterminado en cada momento entre ambos pies. De igual modo, la capacidad de expandirnos y contraernos, de mover los brazos y de adoptar posturas asimétricas, hacen que el punto más vulnerable dentro de ese eje, también pueda cambiar a lo largo del mismo.

Uno de nuestros objetivos en la práctica del Tuishou es ser conscientes en cada momento de donde se encuentra el «centro» de nuestro rival. Esto no implica que dicho centro sea permanentemente vulnerable. Lo cierto es que si lo es, pero puede que desde muestra posición en un determinado momento, nos sea imposible atacarlo de modo eficaz. No obstante, tener permanentemente consciencia de donde se encuentra dicho centro es fundamental a la hora de atacarlo con eficacia cuando resulta expuesto, algo que puede suceder durante un fugaz instante, o en una situación idónea, quedar expuesto y a nuestra voluntad durante periodos de tiempo superiores, tras haber neutralizado correctamente su técnica.

En la fase de «escucha» (actitud que en realidad es permanente, tanto en defensa como en ataque) y «comprensión», prestamos atención permanentemente al centro del rival. Mas que preocuparnos por su técnica y la nuestra, vigilamos que su centro esté siempre «bajo control», esperando el momento en que sea vulnerable.

Es evidente que el rival estará haciendo lo mismo, por lo que debemos ser conscientes de cuando nuestro centro es vulnerable a un ataque, evitando dichas posiciones. De ese modo, no podemos permitir que el rival alinee una de sus manos, pie o cualquier otra parte de su cuerpo susceptible de ser utilizada como arma, con su propio centro y el nuestro. En ese momento seremos altamente vulnerables.

Para evitarlo, «dispersamos» sus manos, evadimos nuestro centro de dicha alineación, o atacamos el suyo, de forma que nunca nos tenga en su «punto de mira» de un modo eficiente.

En la fase de neutralización, el rival mueve nuestro centro a la vez que desplaza el suyo. Nosotros permitimos el movimiento, permitimos que nos mueva, le dejamos ser el motor del mismo y de paso que crea que mantiene el control, pero en la realidad, nosotros mantenemos un equilibrio dinámico  de nuestro cuerpo y vigilamos el centro de nuestro rival. Si somos hábiles, tomaremos ventaja sin que el rival lo note hasta que sea demasiado tarde. De hecho se da la paradoja de que éste percibe que va «ganando», pues en parte logra su objetivo (movernos), sin darse cuenta de lo hace sin lograr dejarnos fuera de equilibrio mientras que de forma paulatina y sin aparente acción por nuestra parte (la cesión es pasiva y no incluye la oposición), ganamos la ventaja.

Debemos tomar consciencia del movimiento y posición de nuestro centro y el del rival en todo momento, de forma que evitemos las alineaciones antes descritas, procurando que la evolución del movimiento lleve al rival a una postura donde su centro quede vulnerable (descubierto ante nuestra alineación), o su equilibrio comprometido (su eje de equilibrio fuera de la base de sustentación de sus pies o el límite de esta base).

Llegado este momento, atacaremos. De nuevo tener consciencia de donde se encentra en cada momento el centro del rival, es la clave para acertar en el mismo. Un error frecuente es atacar «a lo loco», de forma ciega una vez que hemos «defendido» la técnica del rival.

El «disparo» (Fa jing) consta de al menos dos elementos, por un lado está la potencia para aplicar con contundencia nuestra técnica. Éste es el elemento más evidente y visible del Fa Jing. No obstante, por muy potente que sea nuestro «disparo», para ser eficaz ha de dar en el blanco. Un cañonazo puede fallar estrepitosamente, arrancarnos la gorra, llevársenos una mano o darnos de lleno y pulverizarnos. La puntería es el elemento determinante. Por supuesto que la potencia es importante y no podemos olvidarla, pero con frecuencia se prima de un modo absoluto potencia sobre puntería, lo que es un grave error. Potencia es el aspecto Yang de la emisión, puntería el aspecto Yin. Si ambos no van razonablemente unidos, la técnica no funciona.

¿Como podemos aprender a reconocer el centro?. Hay una serie de circunstancias en las que el centro se revela sin dificultad y las usaremos para aprender.

Pide a un compañero que coloque sus manos como si sostuviera con ellas un escudo (Peng Shi) y que aguante el empuje de tus palmas (An Shi). Tu empuje debe de ser constante, con una presión considerable, pero mantenida, sin brusquedades de ninguna clase, sin forcejeos y tirones.

Por su parte tu compañero ha de limitarse a aguantar tu fuerza sin moverse. Su mayor fuerza se dará cuando alinee el punto de contacto de tus palmas y su antebrazo, con su raíz (por lo general, ante un empujón, en el pie atrasado) y su centro, situado en un eje vertical del plano formado por su antebrazo y sus pies.

Empujando con una mano, localizaremos la dirección de máxima resistencia (algo que el compañero nos dará, pues es su clave para aguantar). Esto determina si el centro se encuentra en un eje situado más o menos alejado del eje vertical de su cuerpo, más a la derecha o a la izquierda. La «profundidad» en la que se  encuentra el eje en ese plano, lo detectamos gracias a la otra mano. Simultáneamente a nuestra presión con una mano, lo que nos identifica el plano en el que se encuentra el eje, con la otra hacemos lo mismo, definiéndose un nuevo plano. La intersección de ambos nos da el eje buscado. Lo detectaremos porque sin apenas fuerza, al apuntar en su dirección con la segunda mano, mientras lo «sujetamos» con la primera, el rival se desequilibra.

Con la práctica, adquirimos la habilidad de encontrar su centro de un modo más intuitivo cada vez, de forma que al primer contacto, con la parte de su cuerpo que sea, debemos localizar su centro y de un modo ideal, controlarlo desde dicho punto de contacto.

Cuando nuestro centro es vulnerable y resulta atacado, la fuerza necesaria para hacernos caer o de un modo menos amable, hacernos mucho daño, es realmente poca. Por eso en la práctica del tuishou, donde lo que prima es el aprendizaje y la capacidad para detectar el centro, adquirir la ventaja y evadirse de la fuerza del rival, los niveles de fuerza a aplicar son de perfil bajo.

Es bueno permitir a nuestro compañero, si su nivel lo aconseja, trabajar con fuerzas de intensidad variable, de sutiles a muy intensas y que por su parte, en la neutralización, haga un uso mínimo de la fuerza (el necesario para poder enraizar y «pesarla»), restringiendo así mismo su expresión en la fase de emisión a un simple «toque» que indique que ha apuntado correctamente y que nos ha pillado en desventaja. De modo análogo, actuaríamos nosotros, proporcionándole fuerzas de intensidad variable para que trabaje, pero restringiendo su uso en la neutralización y desde luego, en la emisión.

Este es un modo de trabajo «colaborador» en el que cíclicamente, «alimentamos» al compañero (y él a nosotros) con fuerzas que manejar y neutralizar, mientras entrena su puntería. Cuando uno de los dos adquiere una ventaja determinante lo indica sacando de equilibrio al compañero «sin fuerza», lo que implica que se era susceptible de sufrir cualquier técnica que aplicada de un modo «severo» podría haber resultado definitiva.

Si volvemos a la práctica del inicio, nos encontramos con un entrenamiento competitivo,  no colaborativo en modo alguno, en el que ponemos en práctica nuestras habilidades contra un rival que hace lo propio. Aquí uno ya no hace tanto «lo que debe» como «lo que buenamente puede». Esta es una realidad que no puede obviarse y por ello el entrenamiento ha de incluir esta modalidad de trabajo. Pero sin olvidar que puesto que se han pactado unas reglas para protegernos (no golpes, no proyecciones completas, sólo adquirir ventaja y aplicar una ligera emisión), lo que hacemos dista mucho de ser «real».

Para incluir algo de «realidad» en esta práctica, hay que ser honrado con uno mismo y aceptar cuando hemos pasado del punto de riesgo admisible. Es decir, no tiene sentido resistirse empecinadamente al empuje acertado del rival, sólo porque éste restringe su fuerza, cuando en la realidad le sería posible movilizar intensidades de fuerza que no podríamos asumir. Del mismo modo, no podemos quedar satisfechos cuando nuestro empuje apenas es capaz de mover al rival unos centímetros aplicando para ello toda nuestra fuerza. En un enfrentamiento real, hubiera significado menos que nada, agotar nuestras fuerzas para un logro ínfimo, no puede ser considerado una «habilidad» sino un despropósito.

Respecto a la «honradez» del practicante, recuerdo un dato que me comentó hace tiempo un practicante de esgrima histórica, según la cual, en las sesiones de esgrima, no había necesidad de jueces. Los «tocados» los «cantaba» el que los sufría. Sin trampas, ni artificios para «ganar» cuando la realidad era otra. Copiar este modo de actuar sería con mucho, lo más inteligente que podemos hacer en una práctica, ya sea libre o pautada.

No se trata pues de ganar o perder, sino más bien de si lo hacemos de un modo que sin restricciones pudiera seguir decantando el resultado en nuestro favor.

La práctica «deportivo-competitiva», puede y debe tener un hueco en nuestro entrenamiento, pero no debemos permitir ni que lo dirija, ni que sea el que determine indefectiblemente la eficacia de un método de entrenamiento.

Del mismo modo que en la educación, lo importante, lo habitual, es el estudio y el aprendizaje y los exámenes no son sino un modo de comprobar nuestro progreso, pero no un método de aprendizaje por si mismos, en la práctica del tuishou, debemos acotar perfectamente que es aprendizaje y entrenamiento y que es «poner a prueba habilidades».

Porque nos podemos llevar más de una desagradable sorpresa si equivocamos estos términos, donde lo menos malo que nos pueda pasar es un duro despertar a la realidad de que hemos utilizado nuestro tiempo y entrenamiento de una forma errónea.

3 Respuestas

  1. antonioleyva

    En efecto, el tema da para numerosos enfoques, así que es más que probable que vuelva a parecer…
    De hecho la intención al crear este blog es precisamente resaltar ciertos puntos de vista que van surgiendo en mi proceso de aprendizaje y mejora y «picar» al resto de practicantes para que exploren y muestren los suyos.

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