Pagando la deuda.

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Hace unos días me sucedió algo que me produjo una gran alegría, pues me reafirma en mi compromiso con el TCC.

Charlaba sobre la enseñanza del TCC y su difusión con una amiga, practicante de TCC desde hace ya más de una década, sobre las dificultades que tiene el alumno para integrarse en una escuela y «hacerse un sitio en la misma».

Yo a ella la conocí como «nueva alumna» en el grupo en que que por aquel entonces estudiaba y del que en cierto modo era uno de sus «impulsores» y estudiante «avanzado». Como tal, a mi la integración y consolidación de un «estatus» no me supuso problema alguno y en comparación con lo «árido» de mis comienzos, consideraba que los nuevos alumnos lo tenían todo muy fácil.

Sin embargo, ella me cuenta ahora, casi una década después, que tenía la impresión de estar en un círculo extremadamente alejado del foco de la enseñanza, ante la indiferencia de sus compañeros más avanzados que acaparaban toda la atención y enseñanza del maestro.

Todo esto, por supuesto, no tiene nada de positivo y habla de lo importante que es atender, al menos en cierto grado, a los nuevos alumnos y  proporcionarles las claves para que «encuentren su sitio» en el seno de un grupo.

La parte «bonita» de esta historia es cuando me comentó que en sus inicios se sentía perdida, sin que nadie le hiciera caso…, nadie excepto  yo, que según me cuenta, me acercaba regularmente a interesarme por lo que estaba entrenando en cada momento y a darle consejos al respecto. Me confesó que una de las razones para no abandonar, fue precisamente la atención que yo le prestaba. Y puesto que ella es hoy quien es, doy fe de que fue un tiempo bien empleado.

Cuando yo comencé en el TCC, tenía unos objetivos bastante simples, aprender un arte marcial. Y en principio lo hacía desde la óptica occidental de la economía de mercado. El alumno paga por sus clases y el maestro le enseña.

Sin embargo, las cosas no eran/son así.

Lo primero fue darme cuenta que los conocimientos que me daban, no tenían precio y que la cuota mensual, cubría el tiempo empleado, pero no lo enseñado. La cuota pagaba su tiempo, pero mi sudor es el que pagaba su conocimiento. Mi maestro no miraba el reloj a la hora de enseñar, no escatimaba enseñanzas, salvo con un único criterio, si el alumno podía o no entenderlas. Y de hecho frecuentemente nos increpaba que él estaba esperando que nosotros alcanzásemos determinado nivel para poder pasarnos muchas cosas que nos tenía reservadas, pero que precisaban ciertas condiciones previas de maduración del estudiante.

EL Maestro Liu, siempre enfocaba sus clases al nivel de los alumnos más avanzados. Pero en una ocasión nos advirtió muy seriamente que ésto sólo era posible si nosotros por nuestra parte le ayudamos con los nuevos alumnos y éramos consecuentes con el papel de «hermanos mayores» que se nos había adjudicado. En caso contrario él tendría que dedicarles más tiempo a ellos en detrimento del que nos dedicaba a nosotros.

Con esa premisa, yo siempre «recibía» a los nuevos alumnos. Me ponía un día con cada uno de ellos cuando ya llevaban unos días de «rodaje» y les ayudaba y aconsejaba sobre como hacer las cosas. Si el nuevo alumno daba muestras de interés y luego intentaba poner en práctica lo que se le mostraba, yo les seguía ayudando. En caso de tomarse el aprendizaje como un mero pasatiempo,  yo obraba en consecuencia y limitaba la relación personal al ámbito social, pero no me preocupaba en absoluto por su aprendizaje, exactamente lo mismo que hacía el propio interesado.

Liu nos hablaba en alguna ocasión de que él se daría por satisfecho si conseguía enseñar a un solo alumno. Desde luego supongo que se hubiera sentido mucho más satisfecho si lograse enseñar de un modo completo a varios. No obstante, durante bastante tiempo me intrigó esa frase, puesto que él enseñaba a todos con auténtica dedicación y gusto. ¿Por qué esa preocupación de enseñar al menos a uno?. Lamentablemente llegué a comprenderlo más tarde.

Cuando el maestro Liu prácticamente agonizaba (creo recordar que  lo que voy a contar sucedió menos de una semana antes de su fallecimiento), fuimos varios a visitarle a casa de su hija, donde pasó sus últimos días. Sentado en un sillón y casi sin fuerzas, me dio la última lección técnica que recibiría de él, sobre las fuerzas «Kai-He», (Abrir y Cerrar).

Es evidente que en su estado, nada podía hacer pensar en obligación alguna por su parte para hacer el menor esfuerzo, mucho menos por enseñar a esas alturas. ¿Que precio tiene esa lección?. NADIE tiene bastante dinero como para pagarla, yo no lo tuve nunca ni lo tendré para pagarle a mi maestro y nadie lo tendrá para pagarme a mi por transmitirla. Sin embargo la recibí y forma parte de la inmensa deuda que contraje con mi maestro. Al ser depositario, de la parte que sea, del saber que él transmitió y que es evidente que nunca llegué a «pagar» en su justo precio, sólo me queda una forma de quedar en paz. Transmitir yo lo que aprendí y de ese modo devolver lo que recibí.

Esa consciencia de como «quedar en paz», me reveló que al maestro Liu le pasaba algo similar. Cuando nos hablaba de su padre, siempre comentaba el increíble nivel que tenía y como él no era más que un pobre sucesor del mismo (de hecho, tenía incluso una «frase hecha» respecto a su propio nivel). Creo que él también se sentía en deuda con sus maestros y que enseñando, era del único modo que dicha cuenta podía saldarse.

El dinero, no tiene nada que ver en esta ecuación. La gente paga para aprender, pero la enseñanza que algunos han recibido, no pasa por un mero intercambio comercial. Pasa por la adquisición de un compromiso, no público, ni siquiera necesariamente declarado, de ser un eslabón más en la transmisión de conocimiento y pasarlo a la nueva generación.

Por eso, cuando esa amiga me comentó que gracias a mi atención hace un decenio, ella no abandonó, siento que mi deuda es ahora un poquito menor.

10 Respuestas

    • antonioleyva

      No sé si algo tan evidente y consecuente con el recuerdo que guardo merece consideración alguna. Simplemente es algo que surge sin el menor esfuerzo. Sin el respeto y cariño que siento haca su memoria y enseñanza, probablemente tampoco sentiría esa «deuda». Y en todo caso, no mostrar ese respeto, acrecentaría la misma.

  1. Mercedes

    Bonita lección de gratitud hacia tu maestro y su esfuerzo. Una pena no poder coincidir más contigo, pero aunque escasas, esas ocasiones siempre han merecido la pena. Saludos desde Valladolid.

  2. antonioleyva

    La idea del artículo no es a de agradecer nada a mi maestro, (eso va implícito) sino presentar que él pagó su «deuda» con sus maestros, entrenando y mejorando. Y luego «pasó» esa deuda a sus alumnos junto a sus enseñanzas. Ahora en pago, nosotros hemos de entrenar y mejorar, para poder «pasarla», con todos sus beneficios y también con sus obligaciones, a los nuestros.

  3. Ismael

    He visto unas cuantas relaciones maestro-alumno-compañero en función de lo que comentas de ecuación mercantil. Gracias por transmitir esa «deuda» y continuar con esta otra forma de entender las artes marciales y la vida.

  4. Nuria Ortiz Olalla

    He tenido la gran suerte de recibir algunas de tus enseñanzas, aunque mi nivel no fuera adecuado para continuar en el grupo puedo asegurarte con hechos que su calidad es impagable. Hay dos personas a las que no he pagado con dinero el tiempo que han invertido en mejorar mi Taichi, Manolo Mazón y tú.

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